jueves, 20 de agosto de 2015


“Del amor sin pasado”


Hace tiempo en un pueblo que del nombre no me acuerdo, vivía Juan José y su familia; mamá, papá y sus dos hermanos; era un hogar donde reinaba la alegría, el amor, el gozo y se destacaba por ser una familia unida y feliz.

Una mañana de cierto día, donde el sol se negaba a salir, donde los pájaros se negaban a cantar y donde la brisa matutina se negaba a  soplar con su vaivén singular, refrescante y con ese aroma de campo al amanecer; se oía un silencio abrazador, un silencio casi de miedo; siendo lo único que se oía por todo el campo era el ladrido insistente, perturbador y poco usual de “Kaiser” el perro de la familia.

Todos nos levantamos  y nos miramos extrañados y presentimos que algo raro pasaría ese día, algo que cambiaría el rumbo de nuestra unida y feliz familia para siempre.

Mamá se levanto y preparo el desayuno como era su costumbre todas las mañanas; preparo arepas y café; ese aroma del café recién hecho que aún recuerdo y que mi memoria  atesora como uno de los momentos más placenteros de mi vida.

Los ladridos de “Kaiser” se hicieron aún más insistentes, perturbadores y más sonoros a mis oídos; abro la ventana para ver qué sucede y veo venir uno, dos, tres, cuatro, cinco hombres, ya no me acuerdo cuantos hombres vi  venir hacia el pórtico de la casa; solo logro recordar que eran hombres con rostros agrestes y de pocos amigos. Salí a mirar que pasaba y de inmediato sentí una mano fuerte y grande que me sujetaba y agarraba hasta el punto de no poder moverme; mi mamá y mis hermanos comenzaron a gritar insistentemente pero no entendía lo que pasaba, solo sé que vi a mi madre caer al suelo como muerta y   a mis hermanos gritando desconsoladamente hasta que alguien vendo mis ojos y ato mis manos y me pusieron a andar hasta que no oí mas los gritos y llanto de mi familia ni el ladrido insistente de Kaiser; camine, camine y  no sé por cuánto tiempo camine ni por cuantos kilómetros camine pero me  pareció como si hubiera caminado toda  una vida por un camino sin rumbo y dirección.

Comencé a sentir en mi interior rabia e impotencia por no haber salido de esa situación y  mi corazón se fue llenando de tristeza y rencor;  rencor por los hombres que me capturaron y hacia la gente y tristeza por la familia que ya no tenia y la cual me arrancaron sin piedad.

Al cabo de días me uní a mis adversarios en su afán de acabar y destruir, mis sentimientos eran encontrados, a la vez que sentía  rabia e ira contra mis captores por separarme de mi familia, sentía deseos de venganza y hacer sufrir y sentir lo que yo había sufrido por todo este tiempo. Me hice el más temible y temible de mis secuaces donde todos me respetaban y sentían temor al verme y oírme. Arrasaba con todo y con todos los que ha mi paso encontraba sin miran quien era o  quienes eran.

Cierto  día, como cualquier día de nuestras incursiones y saqueos, conocí al alguien que le daría a mi vida un cambio radical un cambio que  transformaría mi manera de ver la vida. Se llamaba María José, de una belleza perfecta, cabellera negra y larga de ojos negros y grandes, de piel trigueña pero tostada por el radiante sol y de unos dientes blancos como las nubes que cruzan el firmamento.

Al llegar a su casa, como de costumbre, todos mis compañeros se fueron al saqueo y al pillaje de todo cuanto había; uno de ellos al ver a María José inmediatamente se fue sobre ella forzándola y queriendo sobrepasarse con ella, Juan José al verla desamparada y temerosa se fue en su auxilio y se la arrebato de inmediato de las manos de su compañero, Se llevaban todo lo que a su paso encontraban, inclusive sujetándolo fuertemente querían llevarse también al hermano menor de María José, ella lloraba y suplicaba desconsoladamente a sus captores que por favor no se lo llevaran, pero estos hombres  no hacían caso a estas suplicas de la mujer, de pronto, en un instante ella miro fijamente a los ojos de Juan José,  a lo que él respondió con su mirada, fue un instante de un habla sin palabras, un haba silenciosa pero suficiente para en un instante  marcar y unir sus vidas para siempre. De inmediato Juan José ordeno que dejaran al muchacho en paz. Todos obedecieron y se marcharon sin antes llevarse todo lo que en sus manos pudieran coger, se fueron de aquel lugar sin antes María y Juan darse el ultimo hasta luego con una mirada de éxtasis y aprobación que los enlazo en un amor sin palabras.

Con el tiempo esa última mirada se volvió pretexto para seguir viéndose a la orilla del rio, cerca de la piedra de la esperanza, donde el agua fluía y llenaba todo el monte con su canto, donde las flores florecían en todo su esplendor y los árboles tan enormes los custodiaban con su sombra y verdor y en ese “edén” de ambos floreció y creció el amor y la reconciliación.

Después de un tiempo viéndose y demostrándose su amor,  María José le Pidió a Juan que la acompañara a visitar a unos amigos muy queridos para ella y su familia, el de inmediato se reusó a ir con ella por la mala fama que tenida por toda esa comarca y por el temor que todos sentían al  verlo u al oír de él. Ella le insistió,  pero el enojado y  furioso le dio un rotundo NO, pero ella sin medir palabras lo dejo y se fue hacia su destino, él se quedó solo y pensando que desde hace mucho tiempo nadie lo había retado de esa manera, el furioso pero a la vez de no querer perder algo hermoso que había encontrado, se fue sigilosamente detrás de María José sin que ella se diera cuenta.

Al llegar María José a su destino, le abrió la puerta una señora ya de edad, con ciertas canas en su cabellera larga, y con arrugas que comienza a dejar el tiempo, arrugas que son muestra de penas y alegrías. Se abrazan alegremente y de inmediato salen dos jóvenes  corren a besar y a abrazar a María José.

 Juan José desde la distancia y escondido entre los matorrales, observa la escena y de inmediato comienzan a brotar de sus ojos lágrimas de sufrimiento, dolor pero a la misma vez de alegría y felicidad, por ver  que esos dos jóvenes hacían parte de su familia que creía desaparecida y esa señora encanecida era su madre que creía muerta, tendida en el suelo cuando fue capturado cuando era aún un niño.

Juan salió de su escondite y todos al verlo se asombraron y se llenaron de temor, pero la madre al verlo de inmediato reconoció que ese hombre hecho y derecho que ahora veía, era su hijo perdido, que por las circunstancias de la vida, un día le fue arrebatado de su lado, ella corrió y se le hecho sobre el cuello y lo abrazo tiernamente y no paro de besarlo llorando de alegría y gozo.  Juan correspondió a estas muestras de cariño y de inmediato todos se abrazaron y lloraron de alegría y contentamiento por estar nuevamente unidos como una familia.

Este reencuentro con su familia y las muestras de cariño y amor fraternal que se demostraban y del  amor de la mujer, que  a pesar de haber llevado una vida de violencia y crueldad lo amaba y le enseño a amar a los demás y a amarse a sí mismo.

Con todo esto,  con el tiempo, Juan José se reconcilio con todos los que una vez les hizo daño y los hizo sufrir debido a que su corazón se llenó de odio y rencor, pero que ahora con el amor que había encontrado ya su pasado no existía en su memoria.

Autores: María Del Carmen Bayona (instructora CAAG)
Aldo Escobar García (Bibliotecólogo y líder de la biblioteca del CAAG)
Jair Rico (instructor  CAAG)


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