“Del amor sin pasado”
Una mañana de
cierto día, donde el sol se negaba a salir, donde los pájaros se negaban a
cantar y donde la brisa matutina se negaba a
soplar con su vaivén singular, refrescante y con ese aroma de campo al
amanecer; se oía un silencio abrazador, un silencio casi de miedo; siendo lo
único que se oía por todo el campo era el ladrido insistente, perturbador y
poco usual de “Kaiser” el perro de la familia.
Todos nos levantamos y nos miramos extrañados y presentimos que
algo raro pasaría ese día, algo que cambiaría el rumbo de nuestra unida y feliz
familia para siempre.
Mamá se levanto
y preparo el desayuno como era su costumbre todas las mañanas; preparo arepas y
café; ese aroma del café recién hecho que aún recuerdo y que mi memoria atesora como uno de los momentos más
placenteros de mi vida.
Los ladridos de
“Kaiser” se hicieron aún más insistentes, perturbadores y más sonoros a mis
oídos; abro la ventana para ver qué sucede y veo venir uno, dos, tres, cuatro,
cinco hombres, ya no me acuerdo cuantos hombres vi venir hacia el pórtico de la casa; solo logro
recordar que eran hombres con rostros agrestes y de pocos amigos. Salí a mirar
que pasaba y de inmediato sentí una mano fuerte y grande que me sujetaba y
agarraba hasta el punto de no poder moverme; mi mamá y mis hermanos comenzaron
a gritar insistentemente pero no entendía lo que pasaba, solo sé que vi a mi
madre caer al suelo como muerta y a mis
hermanos gritando desconsoladamente hasta que alguien vendo mis ojos y ato mis
manos y me pusieron a andar hasta que no oí mas los gritos y llanto de mi familia
ni el ladrido insistente de Kaiser; camine, camine y no sé por cuánto tiempo camine ni por cuantos
kilómetros camine pero me pareció como
si hubiera caminado toda una vida por un
camino sin rumbo y dirección.
Comencé a sentir
en mi interior rabia e impotencia por no haber salido de esa situación y mi corazón se fue llenando de tristeza y
rencor; rencor por los hombres que me
capturaron y hacia la gente y tristeza por la familia que ya no tenia y la cual
me arrancaron sin piedad.
Al cabo de días
me uní a mis adversarios en su afán de acabar y destruir, mis sentimientos eran
encontrados, a la vez que sentía rabia e
ira contra mis captores por separarme de mi familia, sentía deseos de venganza
y hacer sufrir y sentir lo que yo había sufrido por todo este tiempo. Me hice
el más temible y temible de mis secuaces donde todos me respetaban y sentían
temor al verme y oírme. Arrasaba con todo y con todos los que ha mi paso
encontraba sin miran quien era o quienes
eran.
Cierto día, como cualquier día de nuestras
incursiones y saqueos, conocí al alguien que le daría a mi vida un cambio
radical un cambio que transformaría mi
manera de ver la vida. Se llamaba María José, de una belleza perfecta,
cabellera negra y larga de ojos negros y grandes, de piel trigueña pero tostada
por el radiante sol y de unos dientes blancos como las nubes que cruzan el
firmamento.
Al llegar a su
casa, como de costumbre, todos mis compañeros se fueron al saqueo y al pillaje
de todo cuanto había; uno de ellos al ver a María José inmediatamente se fue
sobre ella forzándola y queriendo sobrepasarse con ella, Juan José al verla
desamparada y temerosa se fue en su auxilio y se la arrebato de inmediato de
las manos de su compañero, Se llevaban todo lo que a su paso encontraban,
inclusive sujetándolo fuertemente querían llevarse también al hermano menor de María
José, ella lloraba y suplicaba desconsoladamente a sus captores que por favor
no se lo llevaran, pero estos hombres no
hacían caso a estas suplicas de la mujer, de pronto, en un instante ella miro
fijamente a los ojos de Juan José, a lo
que él respondió con su mirada, fue un instante de un habla sin palabras, un
haba silenciosa pero suficiente para en un instante marcar y unir sus vidas para siempre. De inmediato
Juan José ordeno que dejaran al muchacho en paz. Todos obedecieron y se
marcharon sin antes llevarse todo lo que en sus manos pudieran coger, se fueron
de aquel lugar sin antes María y Juan darse el ultimo hasta luego con una
mirada de éxtasis y aprobación que los enlazo en un amor sin palabras.
Con el tiempo
esa última mirada se volvió pretexto para seguir viéndose a la orilla del rio,
cerca de la piedra de la esperanza, donde el agua fluía y llenaba todo el monte
con su canto, donde las flores florecían en todo su esplendor y los árboles tan
enormes los custodiaban con su sombra y verdor y en ese “edén” de ambos floreció
y creció el amor y la reconciliación.
Después de un
tiempo viéndose y demostrándose su amor, María José le Pidió a Juan que la acompañara a
visitar a unos amigos muy queridos para ella y su familia, el de inmediato se reusó
a ir con ella por la mala fama que tenida por toda esa comarca y por el temor
que todos sentían al verlo u al oír de él.
Ella le insistió, pero el enojado y furioso le dio un rotundo NO, pero ella sin
medir palabras lo dejo y se fue hacia su destino, él se quedó solo y pensando
que desde hace mucho tiempo nadie lo había retado de esa manera, el furioso
pero a la vez de no querer perder algo hermoso que había encontrado, se fue
sigilosamente detrás de María José sin que ella se diera cuenta.
Al llegar María José
a su destino, le abrió la puerta una señora ya de edad, con ciertas canas en su
cabellera larga, y con arrugas que comienza a dejar el tiempo, arrugas que son
muestra de penas y alegrías. Se abrazan alegremente y de inmediato salen dos
jóvenes corren a besar y a abrazar a María
José.
Juan José desde la distancia y escondido entre
los matorrales, observa la escena y de inmediato comienzan a brotar de sus ojos
lágrimas de sufrimiento, dolor pero a la misma vez de alegría y felicidad, por
ver que esos dos jóvenes hacían parte de
su familia que creía desaparecida y esa señora encanecida era su madre que
creía muerta, tendida en el suelo cuando fue capturado cuando era aún un niño.
Juan salió de su
escondite y todos al verlo se asombraron y se llenaron de temor, pero la madre
al verlo de inmediato reconoció que ese hombre hecho y derecho que ahora veía,
era su hijo perdido, que por las circunstancias de la vida, un día le fue
arrebatado de su lado, ella corrió y se le hecho sobre el cuello y lo abrazo
tiernamente y no paro de besarlo llorando de alegría y gozo. Juan correspondió a estas muestras de cariño y
de inmediato todos se abrazaron y lloraron de alegría y contentamiento por
estar nuevamente unidos como una familia.
Este reencuentro
con su familia y las muestras de cariño y amor fraternal que se demostraban y del amor de la mujer, que a pesar de haber llevado una vida de violencia
y crueldad lo amaba y le enseño a amar a los demás y a amarse a sí mismo.
Con todo esto, con el tiempo, Juan José se reconcilio con
todos los que una vez les hizo daño y los hizo sufrir debido a que su corazón
se llenó de odio y rencor, pero que ahora con el amor que había encontrado ya
su pasado no existía en su memoria.
Autores: María Del Carmen Bayona (instructora CAAG)
Aldo Escobar García (Bibliotecólogo y líder
de la biblioteca del CAAG)
Jair Rico (instructor CAAG)
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